sábado, 25 de mayo de 2013

El mejor de los robos



EL MEJOR DE LOS ROBOS


Me considero de ideas fijas. No sé si eso es bueno o no. Me imagino que hay que distinguir entre ideas y convicciones buenas y no. Bueno, pero lo que puedo decir es que tengo una convicción muy clavada en el alma. Se las cuento.

Dios me ama precisamente porque soy pecador. No es que ame mi pecado, eso lo condena, y si me cierro en mi pecado, esta situación se puede volver eterna, y a eso llamamos infierno. Dios no ama el pecado, pero siente una “debilidad” por el pecador, por mí, por ti.  Nos ama precisamente porque nos ve desvalidos, miserables y quiere tender su mano. Podemos decir que la mano que Dios tiende al pecador se llama: Misericordia. Por ello podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios es esencialmente misericordia,  y nada ni nadie, ni siquiera el pecado podrá cambiar eso. Y creo, sin caer en soberbia, que estoy ante el núcleo más profundo del cristianismo.

 Lo que define a Dios es su amor, un amor que llega al extremo de amar al miserable, al que no se lo merece, al que no puede pegarle, al que quizás se acuerde de él sólo para ofenderle.  Dios es esencialmente Misericordia, y con ello se encierra todo su poder, su majestad, su honor y su fuerza.

Pensando esto se me vino a la mente el evangelio según San Lucas 23,39-43, que es el pasaje de Jesús en la cruz que le promete el Reino al ladrón arrepentido.  Tenemos que saber que Cristo no está perdonando a un inocente. Los romanos no condenaban a cualquiera a morir en la cruz; condenaban a lo peor de lo peor. Seguramente este ladrón no sólo era eso, seguramente habrá robado y matado también.  

Además el ladrón nunca pide perdón. Nada dice que iba a devolver lo robado, o pide perdón a Jesús por los crímenes cometidos. No. El ladrón pide un simple recuerdo cuando venga con su Reino. Pero el Señor sabe que el ladrón no necesita un simple recuerdo, o una palabra de aliento, sino que necesita Misericordia. Y Cristo que no se deja ganar nunca en amor, no sólo le da consuelo, sino que le da algo que el mismo ladrón nunca se atrevió a  pensar ni a pedir: el mismo cielo.

Me imagino esa noche, cuando Jesús después de muerto bajará, según nuestro credo, a los infiernos. Esto no se debe entender por el lugar destinado para lucifer y sus ángeles rebeldes, sino el seno de los justos, o seno de Abrahám, donde esperaban la liberación prometida todos los Patriarcas y Profetas, desde Adán hasta Zacarías.

Digo que me imagino esa noche el regreso de Cristo con todos ellos. Me parece ver
 la emoción de Moisés que al fin verá a Dios cara a cara; me imagino la alegría del Rey David, de Jeremías, de Daniel y Ezequiel, pues al fin entrarán al cielo, al fin estarán con Yavhé, su Dios. Y de repente nuestro padre Abrahám se da cuenta que no son los primeros en haber llegado al cielo, ellos que habían esperado miles y miles de años este momento, pero no, no son los primeros. Pues para recibirlos, no está ni San Pedro ni la Santísima Virgen, sino el ladrón arrepentido. Ellos que habían esperado por milenios, y el ladrón que se les adelantó y les robó el primer puesto. Y todos rieron y alabaron a Dios que es siempre Misericordia, y sólo Misericordia, que permite que un ladrón arrepentido se haga el mejor de sus robos.

Dios los bendiga


P Juan Carlos Mari LC

http://enlabrechadelamuralla.blogspot.com

1 comentario:

  1. Gracias Padre, su reflexión me ayuda a sentir el amor de Jesús pero sobre todo la misericordia del Padre, de Dios.

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