EL MEJOR DE LOS ROBOS
Me considero de ideas fijas. No sé si eso es bueno o no. Me
imagino que hay que distinguir entre ideas y convicciones buenas y no. Bueno,
pero lo que puedo decir es que tengo una convicción muy clavada en el alma. Se
las cuento.
Dios
me ama precisamente porque soy pecador. No es que ame mi pecado, eso lo condena,
y si me cierro en mi pecado, esta situación se puede volver eterna, y a eso
llamamos infierno. Dios no ama el pecado, pero siente una “debilidad” por el
pecador, por mí, por ti. Nos ama
precisamente porque nos ve desvalidos, miserables y quiere tender su mano.
Podemos decir que la mano que Dios tiende al pecador se llama: Misericordia.
Por ello podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios es esencialmente
misericordia, y nada ni nadie, ni
siquiera el pecado podrá cambiar eso. Y creo, sin caer en soberbia, que estoy
ante el núcleo más profundo del cristianismo.
Lo que define a Dios es su amor, un amor que
llega al extremo de amar al miserable, al que no se lo merece, al que no puede
pegarle, al que quizás se acuerde de él sólo para ofenderle. Dios es esencialmente Misericordia, y con ello
se encierra todo su poder, su majestad, su honor y su fuerza.
Pensando
esto se me vino a la mente el evangelio según San Lucas 23,39-43, que es el
pasaje de Jesús en la cruz que le promete el Reino al ladrón arrepentido. Tenemos que saber que Cristo no está
perdonando a un inocente. Los romanos no condenaban a cualquiera a morir en la
cruz; condenaban a lo peor de lo peor. Seguramente este ladrón no sólo era eso,
seguramente habrá robado y matado también.
Además
el ladrón nunca pide perdón. Nada dice que iba a devolver lo robado, o pide
perdón a Jesús por los crímenes cometidos. No. El ladrón pide un simple
recuerdo cuando venga con su Reino. Pero el Señor sabe que el ladrón no
necesita un simple recuerdo, o una palabra de aliento, sino que necesita
Misericordia. Y Cristo que no se deja ganar nunca en amor, no sólo le da consuelo,
sino que le da algo que el mismo ladrón nunca se atrevió a pensar ni a pedir: el mismo cielo.
Me
imagino esa noche, cuando Jesús después de muerto bajará, según nuestro credo,
a los infiernos. Esto no se debe entender por el lugar destinado para lucifer y
sus ángeles rebeldes, sino el seno de los justos, o seno de Abrahám, donde
esperaban la liberación prometida todos los Patriarcas y Profetas, desde Adán
hasta Zacarías.
Digo
que me imagino esa noche el regreso de Cristo con todos ellos. Me parece ver
la
emoción de Moisés que al fin verá a Dios cara a cara; me imagino la alegría del
Rey David, de Jeremías, de Daniel y Ezequiel, pues al fin entrarán al cielo, al
fin estarán con Yavhé, su Dios. Y de repente nuestro padre Abrahám se da cuenta
que no son los primeros en haber llegado al cielo, ellos que habían esperado
miles y miles de años este momento, pero no, no son los primeros. Pues para
recibirlos, no está ni San Pedro ni la Santísima Virgen, sino el ladrón
arrepentido. Ellos que habían esperado por milenios, y el ladrón que se les
adelantó y les robó el primer puesto. Y todos rieron y alabaron a Dios que es
siempre Misericordia, y sólo Misericordia, que permite que un ladrón
arrepentido se haga el mejor de sus robos.
Dios
los bendiga
P
Juan Carlos Mari LC
http://enlabrechadelamuralla.blogspot.com
Gracias Padre, su reflexión me ayuda a sentir el amor de Jesús pero sobre todo la misericordia del Padre, de Dios.
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