sábado, 1 de junio de 2013

Un millón de esperanzas


Un millón de esperanzas

Para Viviana y Pedro



¿  Qué tienen en común las siguientes personas?

·        un adorador de ídolos
·        un huérfano que asesinó un soldado egipcio.
·        un rey adúltero y criminal.
·        una pecadora pública.
·        un racionalista escéptico.
·        un fundamentalista religioso, perseguidor de cristianos.
·        un gran orador que tuvo un hijo fuera del matrimonio.
·        un joven despilfarrador, amigo de placeres.

Pues que todos ellos, sin excepción fueron santos, y santos a pesar de su  vida. Un día la gracia de Dios se les cruzó por el camino, ellos se agarraron a ella, se arrepintieron, cambiaron de vida y Dios los hizo sus amigos más íntimos, de los más entrañables y los llevó al cielo, es decir los hizo santos. ¿Sus nombres? Van por orden: San Abraham, San Moisés, El Santo Rey David, Santa María Magdalena, Santo Tomás Apóstol, San Dimas, San Pablo, San Agustín, San Francisco de Asís. Y la lista podría seguir. Todos ellos santos. A pesar de la vida que llevaban, a pesar de sus muchos pecados, pecaditos y pecadotes; a pesar de que después de convertidos, volvieron a caer – esta vez no tan gravemente- pero al fin y al cabo santos. A Dios no le importa nuestro pasado, sino nuestro presente, y sobretodo nuestro futuro. Para Dios las oportunidades de cambiar no se agotan, pues su corazón nunca dice basta cuando se trata de perdonar, cuando se trata de amar.

                 La lista puede continuar. Podemos decir por ejemplo que a Santa Margarita María Alacoque lo que más le costaba, no era los votos de obediencia, castidad y pobreza, sino comer queso, y que sufría indeciblemente cuando le ponían un pedazo en su plato; que San Juan María Vianney, llamado el Santo Cura de Ars, lo iban a expulsar del seminario por tonto, pues no tenía idea de latín y demás materias. Años después miles de personas incluidos reyes y príncipes venían a consultarle. Que la Santa de la sencillez, Teresita del Niño Jesús, fue definida por su padre “la más testaruda de todas. Si tenía un capricho, no había nadie en este mundo que se lo quitase”.
             
                 Pero qué decir de los santos de hoy. ¿Sabes por ejemplo que los padres de la Unión Europea, Alcide de Gasperi, Konrad Adenauer, Robert Neuman, están en proceso de beatificación? Al “Arquitecto de Dios” Gaudí, autor de la Catedral de la Sagrada Familia en Barcelona, le han abierto una investigación “por sus múltiples virtudes heróicas”, y este es el primer paso para el proceso de beatificación. En 1996 el Card. Lustiger, entonces Arzobispo de París, sorprendió al mundo al anunciar que se ha abierto el proceso de beatificación de un “asesino arrepentido”. Se trata de Jacques Fesch, que fue condenado a muerte en Francia en los años 30, por asesinato. Los meses antes de que se cumpliera su condena, la gracia de Dios lo transformó e inició así el proceso de  su arrepentimiento y conversión, que lo llevaría a decir antes de su ejecución “Estoy tranquilo. En cinco horas veré a Jesús”. Como vemos la santidad es de todos, la santidad es para todos. A Dios no le importa tanto tu pasado, sino tu presente, y tu futuro, un futuro que nos llevará para siempre con Él.

Hay una hermosa oración que siempre me ha iluminado: “Señor, tómame como soy, con mis defectos y debilidades; pero hazme llegar a ser como Tú quieres”  Lo importante es que Dios me haga llegar a ser como Él quiere. Esto es un consuelo en medio de las múltiples luchas y caídas que siempre tenemos. Es un consuelo inmenso saber que los santos no nacieron tan santos como murieron, Dios los fue haciendo santos, y ellos se dejaron; fueron valientes y aceptaron que la Omnipotencia de Dios, que el Amor de Dios era más fuerte que su miseria y que sus pecados.

Como he afirmado, la santidad es de todos, porque el cielo es para todos. Dice San Pablo “Dios quiere que todos los hombres se salven” (2Tim.4-6); por lo tanto si Dios siempre hace lo que quiere, va a poner todo su amor, que no es poco, en llevarme al cielo, es decir en hacerme santo. Si yo coopero, claro. Pues si hay algo que Dios no puede, es precisamente obligarme a estar con Él.

En el camino de la santidad, es decir en el camino al cielo, no todo va a ser fácil, pero tampoco imposible. Digamos que Dios quiere nuestra cooperación que es insignificante, para Él hacer el resto, que es bastante. Pero necesita esa insignificancia que somos nosotros, sino no lo hace. Por eso el Salmo nos recuerda las dos actitudes que deben de tener los santos, o por menos los que aspiran al cielo: “Espera en el Señor, sé valiente, espera en el Señor”. (Sal 26,14)
             
 Por lo tanto esperar y tener valentía. Esperar contra el desaliento, esperar contra todos los problemas, esperar sabiendo que con Dios podemos lo imposible. Y ser valientes, ser valientes para lanzarse a la santidad, ser valientes para recomenzar después de las caídas, ser valientes para arrojarse a los brazos de Dios, después de haberle fallado tanto. Por eso: confianza en Dios + valentía y coraje = a santidad, es decir a cielo.

   Pienso que el camino de la santidad no es sólo no pecar, sino levantarse siempre amando más y más, pero levantarse y levantarse. En levantarse y dejar que Dios te limpie, está el fundamento de la santidad.  La santidad está hecha de triunfos, de victorias, pero también de fracasos, de caídas, de darse y darse trompicones contra la misma piedra. Pero ante esto ¿qué hacer? ¿huir? ¿acobardarme?. El Evangelio no nos dice que “de los cobardes es el Reino de los cielos” sino de los esforzados, valientes, de los que luchan. En la batalla por el amor de Dios, por la santidad, si te hieren, es decir que has combatido, que has luchado, que te has arriesgado; ¿pero qué decir de un soldado que corre ante los primeros disparos? Nunca podremos saber lo que vale el amor a Cristo, sino arriesgamos todo por Él, sin cobardías, a pesar de nuestras caídas.

Por ello, no nos acobardemos, sigamos luchando a pesar de nuestros cientos y miles de fracasos, seamos valientes y confiemos. Por que a lado de nuestras cientos y miles de miserias, al lado de nuestros cientos y miles de pecados y fracasos, Dios nos ha dejado un millón de esperanzas para ser santos, para llegar al cielo con Él.


Dios los bendiga.

P Juan Carlos Mari LC
http://enlabrechadelamuralla.blogspot.com